Martín Eden
Autor
Jack London
Editora
Akal, S.A.
Tradução
Joaquín Rodriguez Castro
O escritor pode, enfim, se vingar dizendo: “Tudo já estava feito!”
“ ... Recibía numerosas invitaciones para comer, y algunas de ellas las aceptaba. Había gente que se hacía presentar a él para poder después invitarle. Bernard Higginbotham le invitó. Seguían las sorpresas.
Recordaba aquellos días que pasaba hambre, en que nadie le invitaba. Entonces le hubieran venido bien las invitaciones. ¡Qué paradoja! No habia justicia en aquello. Sucedieron las cosas sin que él mereciera más ni menos, pues era el mismo de antes. El matrimonio Morse le había condenado por holgazán y absurdo, y a través de Ruth le urgían a que buscase trabajo. Además, sabian que no estaba cruzado de brazos; todo lo que escribía, se lo mandaba a Ruth, y Ruth se lo leía a ellos. Aquellos escritos eran los que havían llevado su nombre a la prensa. Pero era el hecho de que su nombre saliera en la prensa el que les hacía invitarle.
Una cosa era clara: los Morse habían rechazado simultáneamente a él y a su trabajo. Por lo tanto, ahora no le aceptaban ni por su trabajo ni por él, sino por su fama, y — ¿por qué no? —, porque sabían que tenía cien mil dólares, poco más o menos. Así valoraba la sociedad burguesa al hombre. Pero se sentía orgulloso. Despreciaba tal valoración. El quería ser valorado por sí mismo o por su trabajo, que no era otra cosa que la expresión de su ser. Así era cómo le valoraba Lizzie, así Jimmy el fontanero.
Ruth le había querido por sí mismo, esto era innegable. Pero más que a él, había querido a sus puntos de vista burgueses. Se había opuesto a que escribiese, porque no ganaba dinero escribiendo. En eso se había basado la crítica que hiciera del “Ciclo del amor”. También ella se había empeñado en que se buscase un jornal, si bien sustituía esa palabra por la de un “empleo». Había leído todo lo suyo: poemas, cuentos, ensayos, “Wiki-Wiki”, “La vergüenza del sol”, todo. Y siempre había insistido en que trabajase. ¡Dios santo! ¡Como si no se hubiese matado a trabajar por hacerse digno de ella!
Y así, sano y normal, comiendo lo bastante y durmiendo siete horas, al pensar en su trabajo le venía siempre a la cabeza y aun a los labios: “Todo estaba ya hecho”. La frase le perseguía. Estaba sentado frente a Bernard Higginbotham, ingiriendo una de sus pesadas comidas de domingo, y sentía ganas de gitarle: ¡Pero si todo estaba ya hecho!
— Todo estaba ya hecho cuando me moría de hambre, y entonces no me dabas de comer. Me prohibías la entrada en tu casa y me maldecías, porque no trabajaba. Y el trabajo estaba ya hecho... Y ahora, cuando hablo, te callas con respeto y asientes a lo que yo quiero decir. Si te digo que tu partido está podrido y lleno de ladrones, en vez de encolerizarte, asientes, y me dices que, en efecto, que hay de todo, que tengo mucha razón en lo que digo. ¿Y por qué? Porque soy famoso, porque tengo mucho dinero, no porque yo sea Martín Eden. Si te digo que la luna es de queso gruyéte, suscribes la afirmación, o por lo menos no la rechazas...porque tengo dólares, montañas de dólares. Y, sin embargo, cuando
me escupías, cuando me hubieses pisoteado como el barto de la calle, todo estaba ya hecho.”