Abdul Bashur, soñador de navíos
Autor
Álvaro Mutis
Editora
Grupo Editorial Norma
Tradução
Apesar de saber que o sonho jamais se realizará, esse não é um motivo suficientemente forte para parar de sonhar
“ … — Abdull:
Respecto a lo del barco que me ha ilusionado siempre, pues, bueno, déjeme decírselo: sí, iría a buscarlo y trataría de adquirirlo porque siento que es algo que me debo a mí mismo. Pero si eso no sucede y el barco no aparece nunca, me daría igual. Ya aprendí y me acostumbré a derivar de los sueños jamás cumplidos sólidas razones para seguir viviendo. Por cierto, Maqroll, que en eso usted es maestro. Qué le voy a contar, por Dios. Mi tramp steamer arquetípico no es menos ilusorio que sus aserraderos del Xurandó o sus pesquerías en Alaska.
— Maqroll:
En verdad, tiene razón. Creo que tanto usted como yo, sabemos siempre de antemano que la meta, en cuya búsqueda nos lanzamos sin medir obstáculos ni temer peligros, es por entero inalcanzable. Es lo que alguna vez dije sobre la caravana. A ver si lo recuerdo: “Una caravana no simboliza ni representa cosa alguna. Nuestro error consiste en pensar que va hacia alguna parte o viene de otra. La caravana agota su significado en su mismo desplazamiento. Lo saben las bestias que la componen, lo ignoran los caravaneros. Siempre será así”.
— Abdull:
Nada puedo agregar. Imposible decirlo mejor. No sé, entonces, por qué, estamos hablando de esto.
— Maqroll:
Sólo intentaba confirmar algo de lo que, por lo demás, estoy bastante seguro. De sus hazañas en el Pireo con Panos; de la venta de alimentos, más o menos adulterados, para las naves que tocan en Famagusta; de ayudarle a la ruleta en Beirut para inclinarla hacia ciertos números; de sorprender la ingenuidad de los turistas en el Cuerno de Oro; de reclutar vírgenes remendadas para el burdel en Tánger; de cambiar dólares o libras a viajeros más o menos intoxicados con arak falsificado y de explotar dos pobres hembras sardas en las callejuelas de Cherchel; de todo eso y de mucho más que me callo, no queda la más leve sombra de culpa, ni tampoco el cosquilleo de haber probado el fruto prohibido.
— Abdull:
En primer lugar, no hay tal fruto prohibido. Usted lo cita como puro recurso retórico. Luego, queda lo hecho, tal cual, sin calificación ni medida. Lo que se vivió como un fruto mondo, absoluto, devorado en la plenitud de su sabor y de su pulpa, listo para transformarse en el equívoco proceso de la memoria hasta ser puro olvido. Algo vivido así no puede dejar rastros de culpa ni ser sometido a la prueba de la moral. Eso es claro ¿verdad?
— Maqroll:
Eso queria saber y escucharlo de la propia voz de mi amigo Jabdul, el consentido de llona, el devorado por Jalina, el iniciado por Arlette en las artes del lecho. ”