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Autor

Emmanuel Carrère

Editora

Anagrama

Tradução

Jaime Zulaika

Como se tornar um escritor original? Basta escrever por três dias seguidos tudo o que vem à cabeça

“... (...)Hace mucho tiempo, cuando debutaba en este gremio, topé en un libro que amo, los Paseos con Robert Walser, de Carl Seelig, con un consejo que da a los aprendices de escritor un tal Ludwig Börne, que era una figura menor del romanticismo alemán. Este párrafo es como la frase de Glenn Gould sobre el estado de quietud y fascinación, una especie de mantra que me ha acompañado a lo largo de toda mi vida: «Tome unas hojas de papel y durante tres días seguidos escriba, sin desnaturalizarlo y sin hipocresía, todo lo que se le pase por la cabeza. Escriba lo que piensa de sí mismo, de sus mujeres, de la guerra turca, de Goethe, del crimen de Fonk, del Juicio Final, de sus superiores, y al cabo de tres días se quedará estupefacto al ver cuántos pensamientos nuevos, nunca expresados hasta ahora, han brotado de usted. En esto consiste el arte de convertirse en tres días en um escritor original.» Convertirme en un escritor original, ya fuera en tres días o en treinta años, era la obsesión de mi juventud, y no me ha abandonado. A menudo me he preguntado quién era Fonk, qué crimen había cometido (ni siquiera aparece en la Wikipedia), y si Ludwig Börne había dado a la literatura algo más que ese consejo memorable (no). Los escritores que escriben lo que se les pasa por la cabeza son mis preferidos, Montaigne es nuestro santo patrón porque hace exactamente eso, escribir lo que se le ocurre, con la más absoluta indiferencia por la opinión de la gente que dice que se la suda lo que se le pasa a él por la cabeza, y que hay que ser muy pretencioso, muy egocéntrico, para llevar un registro de los escritos, porque Montaigne, por su parte, piensa que no hay nada más interesante, tanto más interesante porque es un hombre ordinario, no alguien de quien se leen las memorias por sus hazañas, sino alguien que no tiene otra particularidad que la de ser un hombre y poder, solamente en virtud de este hecho, sin estar lastrado por lo excepcional, dar testimonio de lo que es ser hombre. «Es una empresa espinosa seguir una andadura tan vagabunda como la de nuestro intelecto, penetrar en sus repliegues interiores, escoger y plasmar tantas apariencias insignificantes de sus agitaciones. Hace varios años que soy yo mismo el objeto de mis pensamientos, que solo me estudio y me examino a mí mismo, y si estúdio otra cosa es para aplicármela de inmediato... No hay una descripción de igual dificultad y tan útil como la descripción de uno mismo...» Ahora bien, si hablamos de dificultad, creo que cuando recomienda escribir lo que se te pasa por la cabeza, «sin desnaturalizarlo y sin hipocresía», Ludwig Börne nos vacila un poco. «Sin hipocresía» sí, de acuerdo, creo que es totalmente posible escribir así, yo mismo creo que escribo sin hipocresía. Pero ¡«sin desnaturalizarlo»! Börne nos cuela esto como si se tratase de una pequeña técnica previa cuando es la meta misma, inaccesible, de esta empresa. Escribir todo lo que se te ocurre «sin desnaturalizarlo» es exactamente lo mismo que observar tu respiración sin modificarla. En suma, es imposible. Sin embargo, vale la pena intentarlo. Vale la pena dedicar tu vida a intentarlo. Es lo que yo hago, es mi karma el que quiere que lo haga, no sé hacer otra cosa: con palabras, frases; con frases, párrafos; con párrafos, páginas; con páginas, capítulos; con capítulos, un libro, si tengo suerte. Pienso en esto todo el tiempo. Las dos porciones más grandes de mi camembert mental son la reflexión vinculada con mi trabajo y la fantasía sexual. Diría que esta última ocupa un pequeño tercio o una gruesa cuarta parte del queso, en momentos concretos: adormilarme, el insomnio, todas las zonas fronterizas entre la vigilia y el sueño...



Os nervosos, melancólicos e bipolares: o sal da terra



“... (...)La Sombra, Emmanuel... ¿Qué quieres que haga con ella? No te imaginas lo horrible que es esta Sombra que siempre está ahí y que yo no veo. Es tan horrible...» La escucho y comprendo muy bien lo que dice, terriblemente bien. Mi Sombra particular es una bonita marina de Raoul Dufy y es tan horrible como la suya. Todo el mundo debe de tener una, solo que en la mayoría de la gente se mantiene un poco más discretamente a su espalda, mientras que en otros casos, como el de Erica y el mío, nos amenaza de más cerca. «La lamentable y magnífica familia de los nerviosos», decía Proust, y decía también que nosotros, los nerviosos, los melancólicos, los bipolares, somos la sal de la tierra, los que nos pasamos la vida luchando contra esos «perros negros» de los que hablaba Winston Churchill, otro gran depresivo. Me gustaría consolar a Erica con esas palabras que a mí me consuelan un poco o recitándole ese poema de Catherine Pozzi que es una especie de homenaje a Louise Labé y cuyos últimos versos me encantan, pero ¿cómo traducirlos?

No sé por qué me muero yo y me ahogo

Antes de entrar en la eterna morada.

Cómo saber de quién yo soy la presa.

Cómo saber de quién soy el amor.

(Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán.)...

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Jaime Zulaika

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